Xochistlahuaca, Gro.
20 de junio de 2016
Fiesta, la que se vivió la tarde noche del viernes 17 de junio
en el espacio cultural Suljaa’, precisamente ubicado en el centro de Suljaa’,
es decir Xochistlahuaca, con la inauguración de la muestra fotográfica ‘De
algunos rituales propios y otras músicas’ (con cinco series de imágenes) y la
participación de tres músicos de Guerrero y de Oaxaca.
Aunque la inauguración de la muestra fotográfica colectiva
estaba citada a las dos de la tarde, una hora después, ésta se realizó ante una
veintena de visitantes (quienes acudieron acompañados de niños y niñas) en la
primera sala del espacio cultural, con una breve introducción de César ‘Catsuu’
López, su coordinador, y algunas palabras de los tres fotógrafos presentes.
De Oaxaca, se trajeron las series ‘Velas’, del Itsmo, de Gustavo
Silva; ‘Boda de La Lagarta’, de Huamelula, de Jesús López Aguilar; y
‘Carnavales’, de Pinotepa, ‘La Rata Mutante’ (Samuel Velásquez).
De Guerrero, se colgaron las series ‘Máscaras de Diablos’, de
Ometepec, de Jaime Ygnacio López; y ‘Cimarronas de la cruz del monte’, de
Cuajinicuilapa, Eduardo Añorve.
Gustavo Silva y Jaime Ygnacio López no pudieron acudir.
Ya por la tarde para hacerse la noche, Eusebio Villalobos, de
Huatulco, Oaxaca, e Irving López, ‘El Bohemio Solitario’, y Abraham de Jesús,
ambos, originarios de Xochistlahuaca, subieron al estrado e interpretaron
canciones a la guitarra, con emotivas interpretaciones, tanto con ese
instrumento como con sus sensibles y sensitivas voces.
‘Velas’, del Istmo

El colorido desborda en las fiestas representativas de la
región: Las Velas, derroche de garbo zapoteca que se refleja en los detalles de
los vestidos que portan orgullosamente las istmeñas, ataviadas con el oro que
es símbolo de poder y estatus social. Autosuficientes, bailarán al compás del
son istmeño aunque, incluso, prescindan para ello del varón.
Es la región del estado de Oaxaca donde el idioma zapoteco se
habla en mayor medida que el español; no obstante, las fiestas están
calendarizadas de acuerdo al santoral católico.
Gustavo Silva, originario de los Valles Centrales de Oaxaca,
realiza un registro fotográfico constante, no sólo de las festividades de la
región, también documenta el quehacer de los artistas gráficos, quienes se han
apropiado del muralismo para convertirlo en el medio de expresión de
tradiciones ancestrales.
La admiración y el asombro surgen cuando se presencian rituales
en los que los vínculos entre la naturaleza y el ser humano se hacen ante toda
la comunidad, reafirmando su vigencia y validez en un mundo que exige el juicio
científico para que un acontecimiento reciba el reconocimiento.
Un día basta para que la niña lagarta se convierta de recién
nacida en una mujer adulta, a quien desposará el alcalde de la comunidad, en un
festejo que lleva entretejidos a fondo los sones y danzas tradicionales.
El sincretismo entre lo español y lo indígena se hace presente
en este ritual chontal donde se pacta el cuidado y respeto mutuos que deben
existir entre el mundo de los reptiles humanizados y los humanos piel de
cocodrilo.
El registro en sí de esta actividad, requirió para Jesús López
Aguilar, proveniente de los Valles Centrales de Oaxaca, que los chontales lo
dejaran estar en primera fila para poder fotografiar a detalle la elegancia de
la novia lagarta, vínculo de las fuerzas terrenales y divinas.
‘Los carnavales’, de Pinotepa
Crisol de leyendas en movimiento, los carnavales de febrero en
Pinotepa de Don Luis, Pinotepa Nacional y San Juan Colorado –a los cuales
corresponde el grupo de imágenes presentadas– desbordan algarabía, donde es
imposible deslindar la chilena y los sones del recorrido por el universo mágico
de las tradiciones afromixtecas.
Días enteros bailando para no olvidar, para que la memoria
perdure. Ante la dominación, la danza fue la respuesta, basados en la
exageración y la ridiculización de las figuras de los europeos conquistadores y
sus acompañantes de origen africano. Al ritmo del violín, la guitarra y los
chin chines de los danzantes, las coreografías se desarrollan por las calles.
La observación participante de La Rata Mutante –Samuel
Velásquez, originario de la Sierra Sur de Oaxaca– le permitió seguir de cerca
no sólo los aspectos propios de las festividades, también registró aspectos de
la cultura del tejido y entintado tradicional con caracol púrpura, la
producción de artesanías basadas en el tallado, entre otros.
‘Máscaras de Los Diablos’, de Ometepec
(Texto escrito por Jaime Ygnacio López)
Para conmemorar el día de muertos propuse una instalación, donde
reuní Muerte sin
fin, de José Gorostiza, con
las máscaras de los diablos de Ometepec, en contraste, y reivindicarlas en
su contexto original, lo afromestizo. Fue sobrecogedor verme rodeado de
ellas en plena soledad nocturna y algo misterioso e indescriptible me conmovió.
Fascinan y hechizan. Son mágicas. Tienen algo atávico que posee a quien se las
pone en su rostro. Se transforman como si algún espíritu los trastornara. En lo
personal, me angustian hasta una incipiente asfixia. Me asustan y me rechazan,
supongo. Un misterio que quiero descubrir sin jaladas antropológicas.
Entonces decidí fotografiarlas para hacer un catálogo, pero sólo
fotografié unas cuantas y desistí luego de tener un percance: el perro de la
casa casi devoró una de ellas atraído por el cuero curtido, y descubrí que las
cotizan alto, y aún mayor es la estimación que les tienen sus dueños. No quise
correr más riesgos, suficiente tuve con la ignominia que me acarreó el
incidente.
Aunque siguen ciertos patrones, son únicas e individuales; cada
una de ellas tiene mucho de la personalidad de sus dueños. Cuernos, crines,
cartón y piel, son los materiales recurrentes; aunque recientemente usan
resinas plásticas y la influencia de la estética jalowinezca
del ‘terror’ se asoma. Descubrí una casi abstracta, hecha de huesos,
francamente aterradora, otra azul con un piercin
en la lengua y otra roja con un realismo cinematográfico, ambas manufacturadas
con resina plástica. Evolucionan, se contaminan. El proceso sincrético sigue
vigente.
En Ometepec, Los Diablos danzan en días previos a la celebración
del Toro de Petate. Son la atracción de los rezos del novenario y las “ceras”,
y terminan en la víspera. En sus inicios, los danzantes eran niños y vestían un
‘mono’ rojo con cola, que adornaban con paliacates, abalorios y papelitos
brillantes. Las máscaras eran de luchadores, y les agregaban cuernos de chivo o
venado. Pero un, día jóvenes adultos decidieron danzar en honor a San
Nicolás e imitaron la estética de los auténticos diablos afromestizos, pero no
la esencia cultural. Cornamentas más aparatosas y enormes orejas; gabanes
y pantalones desgastados, fueron el cambio. Y la puntada se convirtió en
una tradición que persiste hasta la fecha. Salvo la estética, nada tienen que
ver con Los Diablos originales; asunto que me rebasa, por
cierto, para comentarlo aquí.
Algunas de estas máscaras están incluidas en esta muestra y dos
de las fotos fueron tomadas como parte de mis ‘ejercicios’ plásticos, pero
encajan en el contexto de la exposición.
‘Cimarronas de la cruz del monte’, de Cuajinicuilapa
(texto escrito por Eduardo Añorve)
EN CUAJINICUILAPA, cada 3 de mayo se festeja la cruz. Desde hace
unos 15 años, ésta se celebra en el monte, abajito del panteón, debajo de unas
viejas parotas, a la vera del antiguo camino rumbo a San Nicolás, el cual pasa
por Cerro Bojo. Nadie lo sabe, pero es una reminiscencia de fiestas de
cimarrones… y de cimarronas. En torno a las cervezas, la música y la comida, y
la fiesta de los gallos, afroindios de todas las edades y sexos se congregan
para beber y bailar y para comer, también para apostar a su gallo favorito, y
verlo ganar o perder, todo ello después de la católica misa oficiada en honor a
la santa cruz, la cruz del monte, la cruz cimarrona.
Estando allí no se está lejos de viejos fandangos clandestinos
del tiempo de la Colonia, y las mujeres, antes de las tres cervezas, sacuden
sus cuerpos al ritmo de músicas arrechas, para ejercer con elegancia y erotismo
su condición favorita, la libertad, ese don que los afroindios defienden a
costa de la vida misma; ya lo dice el corrido… pa morir nacen los hombres/ no vivir la esclavitú. Allí también son bienvenidos los
amuzgos y los mixtecos y los blanquitos, y todos los demás, el único requisito
a cumplir es ir a darle juego al sentido del placer, del gusto, como hacen
estas mujeres, quienes saben, y lo muestran, prescindir hasta de los hombres si
les place. Y les place y complace, sobre todo si ellos se niegan a ser sus
pares.