[De la osadía de
los negros]
Por
mucho tiempo ha dado vueltas entre mis pensamientos la idea de ‘ethos violento
del cuileño’ que enuncia don Gonzalo Aguirre Beltrán, es decir, del carácter fundamental
de la cultura criolla, cuya raíz más fuerte y profunda es la de los esclavos
africanos negros que fueron traídos contra su voluntad por los españoles
durante siglos a estas costas de la Mar del Sur. Si damos un sesgo a esta idea,
también podríamos decir que el ‘espíritu’ o lo que anima la cultura criolla de
la Costa Chica es un ‘ethos’, un modo de ser colectivo, violento o ligado a la
violencia y a la agresividad.
Para tata Aguirre
Beltrán, las conductas individuales de los criollos de la Colonia y de mediados
del siglo XX (cuando visitó Cuijla y la región) no tienen un origen biológico,
como suele pensarse, como suele creerse y como suele decirse. No es tan lineal
como decir: hijo de tigre, pintito. Precisamente en un libro que se
titula Cuijla. Esbozo etnográfico de un pueblo negro Aguirre
Beltrán escribe (en la introducción):
Los núcleos negros que en México
todavía pueden ser considerados como tales, derivan principalmente de los
cimarrones que reaccionaron contra la esclavitud y se mantuvieron en libertad
gracias a la creación de un ethos violento y agresivo en su cultura que hizo de
sus individuos sujetos temibles.
Atrás de nosotros
están los cimarrones, plantea, quienes no eran mansitos ni conformistas ni
apocados y sí reaccionaron contra la esclavitud, de manera más o menos
organizada, sin someterse sino rebelándose, con violencia, con agresividad, a
diferencia de otros esclavos que, sobre todo en la zona, digamos, ‘urbana’,
procuraron esa libertad sometiéndose o aparentando someterse de manera pacífica
y sin disturbios, incrustándose en esa sociedad que los negaba. Es decir, el
ethos ‘criollo’ (término éste que no utiliza Aguirre Beltrán, sino este
escriturador, particularmente sustentado en el sentido de pertenencia que los
descendientes de esos esclavos negros africanos tenemos; dicho de otro modo: lo
criollo es lo propio, pues), repito, el ethos criollo es adquirido, es una
reacción ante una violencia anterior (porsupuestamente), es una respuesta
violenta y agresiva a una agresión violenta y agresiva, la de sus amos, los de
cuero blanco, los colonizadores, los criminales. Y para mantenerse libres,
aquellos criollos ‘se hicieron’ de un modo de ser violento y agresivo, lo
‘construyeron’, el que después de cientos de años se convirtió en algo común y
se normalizó: Así somos nosotros, bravos y sabemos matar y lazar en el
agua, cual el negro de la Costa de don Álvaro. ¡Téngannos miedo! Dice
una amiga mía que observa cómo este comportamiento, esta conducta, este ethos
se manifiesta en las mujeres criollas: Es así: primero te chingo antes
de permitir que tú me chingues. Claro que aquí también lo elaboran de otro
modo: De que lloren en tu casa a que lloren en la mía… etcétera,
pues, lector que ya sabes qué sabes. En otro momento habrá que regresar a la
caracterización que hace don Álvaro Carrillo sobre los criollos, que es también
hacerla sobre sí mismo; sólo traigo a colación un par de versos:… mientras
que tus hijos, como los atridas/ se escarnian, se odian, y en sus tropelías/
vierten el alarde de su sangre estéril/ sobre los redaños de tu geología,
escribe cuando canta a Costa Chica.
Pero esa
construcción, ese ethos violento y agresivo, no sólo es asumido por los
criollos sino también percibido (y de qué manera) por los frasteros o
extraños, teniendo un correlato igualmente profundo. Un informe oconsulta
que hace don Jacinto de Ledos, Comisionado de la última cuenta matrícula y
visita personal de tributarios del partido de Ometepec sobre la dificultad de
empadronar los pardos, en 1801 –anota Aguirre Beltrán–, dice:
Es cierto que los indicados negros
son muy insolentes, atrevidos, groseros y llenos de defectos: que no tienen
residencia fija, ni reducción a pueblos, ni formalidades de república, ni
sociedad civil: habitan en los campos en chozas esparcidas, en unas estancias
despobladas que hay en esta Costa del Sur y se conocen por Cuajinicuilapa,
Maldonado, San Nicolás, Juchitán, Cruz Grande, Nexpan, Las Garzas y El Palomar.
En doce años que ha tenido el encargo de recaudar alcabalas el que informa, ni
con auxilio de las Justicias, ni de ningún modo pudo cobrar ese real derecho:
lo mismo le sucede a los curas con sus obenciones, a los colectores de diezmos
y aún a los mercaderes con quienes es notorio se adeudan para pagarles en
algodón y los burlan alzando sus cosechas y se ausentan a otros pueblos.
Parece que lo
escribieron ayer o antier y no hace doscientos años.
Insolentes,
atrevidos y groseros. Lo de ‘lleno de defectos’ es mera anécdota. Digo, eso le
queda a cualquier pueblo o grupo social. Excepto a los exquisitos. En fin.
Regreso al caldo. No están civilizados. Piden prestado y no pagan, y si les
cobras se encabronan más que si ellos te hubieran prestado y tú les debieras.
No lo dice así, el funcionario de la Corona, pero así ocurre ahora, en pleno
año 16 de este nuevo siglo. Así que habrían de sufrir los civiles y los
religiosos que quisieran cobrarles impuestos, tal vez con justicia o
justificadamente. En el caso de los mercaderes… bueno, una de sal por las
tantas de arena, sospecho y justifico.
En esas tantas
vueltas que estas ideas han dado en mi cabeza he ido viendo un poco el
trasfondo, y entendiendo que los que llamamos y consideramos defectos (y que
atribuimos a una supuesta falta de educación) en nuestra conducta social
criolla vienen de lejos, y aunque algunos o muchos no se justifican, permanecen
por ese arraigo, y más porque en esos aspectos esta cultura tiende a ser
conservadora y poco dinámica. Además de que es cómodo ser como se es. Claro
que, en el otro extremo, ese exceso de liviandad en el ser y el pensar nos
lleva a actuar de manera parecida a esa forma de repartir la baraja: como
veo, doy. O sea, lo que importa es lo inmediato. Pareciera que ese ethos
nos impide pensar con detención y claridad en asuntos vitales y que nos dejamos
llevar por el impulso, por el coraje, por la pasión, por el sentimiento.
Espontáneos y explosivos. Es decir, muchas veces, casi siempre, es más rápida
nuestra lengua que nuestro pensamiento. Y no sólo nuestra lengua, sino también
nuestros actos, aunque después de actuar intempestivamente y de cometer errores
lleguemos a concluir que nos equivocamos, que debimos haber pensado bien antes
de actuar, aunque actuemos amachados, sin concederle a los demás que así fue.
Sospecho que de esa frase que asegura que la venganza es un plato que se sirve
frío no conocemos todas sus implicaciones. ¿Será que este ethos violento nos
estorba ahora? ¿Será que el ethos agresivo de su cultura –como
dice tata Aguirre Beltrán– es más un lastre que un aliciente para nuestra vida
cotidiana? En otro lado está también cuestionar si, como aseguran muchos
criollos, no será que este ethos ya nos viene en la sangre, si se hereda, si es
algo biológico, genético, adénico. Ya lo dijo un criollo prieto de
Cuajinicuilapa: Yo, como negro: dos, tres pedos… y al olote. Digo,
habrá que pensarlo bien.